Sin beso de buenas
noches. Así se
alejó. Se levantó del sofá y se dirigió al dormitorio sin mirarme, sin hablar,
sin saber por dónde había llegado aquella confesión mía que lo dejó sumido en
ese silencio vacío.
-Dime la verdad.
Me lo había pedido así: imperativo, enérgico. Y yo obedecí;
le dije la verdad. Me limité a pronunciar aquellas palabras sin dramatismo:
-No significas nada para mí.
Recogí mis cosas y salí de la casa andando lentamente. No me
sentí culpable. No tuve ningún problema de conciencia.
A veces el amor no sobrevive.
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