sábado, 7 de septiembre de 2013

UN PUENTE ENTRE DOS MUNDOS


La pena es un aguijón que se clava inyectando un veneno que no mata pero asfixia, ahoga, oprime, abate y rima en asonante con tristeza. En ocasiones tiemblan los labios actuando como un indicio parcial de lo que más tarde serán estrías en el corazón. Se trata de una sola palabra que contiene un solo sonido nasal y es tal su poder que, a veces impide hablar, que a veces obstaculiza la respiración y aunque el ser humano no está preparado para llorar por siempre, es como si solo hubiera lugar para las lágrimas. Tras ella la vida puede continuar pero ya ha perdido parte de sentido porque se produce de forma irremediable el eclipse de mil sonrisas que pudieron llegar a ser. Agua derramada como expresión de impotencia. No hay cielo, ni viento, ni luz. Algo se rompe; se destruye para siempre. Cuatro letras sin melodía, sin emoción, sin ritmo. El alma se vuelve sombra y una voz grita imparable, desorientada, ajena a la belleza del mar. No hay una metáfora capaz de expresarla y ningún paisaje permanecería sublime ante la destrucción que encierra. Tiene la capacidad de mutar la realidad, la inspiración, el ánimo, la libertad y el arte. Todo se ralentiza. No crea curiosidad; nadie quiere profundizar en el abismo que desprende su propia naturaleza...Pero la pena es auténtica y...a veces; solo a veces deriva hacia la muerte, porque pena y muerte son dos palabras unidas como dos hermanas naturales atravesando agua, brumas y polvo; como dos hermanas que jamás se ríen por el camino, un camino que es un puente entre dos mundos.

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