Sábado
por la tarde.
Todos
toman la merienda. La leche caliente y los bizcochos alientan un poco sus vidas. Charlan entre ellos y sonríen.
La
viejecita que huele a goma de muñecas ya se ha levantado de la mesa.
Como
todos los sábados ha metido en el bolsillo de su gastado delantal un bizcocho.
Se dirige hacia su sillón y tranquila espera la semanal visita que nunca
llega.
Al caer la noche el dolor de esa ausencia
perpetua inunda sus ojos y su corazón.
Alguien
se acerca para acariciarla.... Se siente ya más tranquila. No quiere
cenar.
Está cansada. Dormir es lo único que necesita. Le hará bien. Antes de retirarse
pregunta si habrá bizcochos el sábado que viene. La respuesta es
sí.
Cuando
ella se marcha nadie pronuncia ni una sola palabra.
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