Pensé que quizá unas sesiones de psicoanálisis
podrían ayudarme. Lo decidí hace escasamente un año. Cuatro días en semana. La
de hoy ha concluído a las seis de la tarde. El cielo estaba sereno, brillaba un
sol agresivo y he decidido pasear sin rumbo. No quería volver a casa. Esa casa
tan fría como yo misma. Tampoco tenía ganas de telefonear a nadie, así que
andando, andando he llegado hasta un barrio apartado, me he refugiado en un
cine en el que proyectaban una película de aventuras. Allí sentada, sin atender
en absoluto al argumento me he abandonado al placer del llanto. He llorado
mucho, con conocimiento de causa, con ganas, con rabia, he llorado por él y por
mí misma.
El final de la película ha irrumpido de pronto en
mitad de mi lastimosa tarea. Respirando hondo he arrugado completamente el
único kleenex que llevaba en el bolso; mis ojos hinchados se resistían ante la
fuerza de esa luz intrusa, tan extraña, después de casi dos horas.
Levantándome sin prisa, he cogido mi chaqueta.
Me disponía a salir un poco más tranquila. Sí. ¿Por
qué no? Todo el mundo lo dice: Llorar es bueno.
Entonces, me he dado cuenta, estaban ahí mismo, en
la fila de atrás. Ni siquiera son mis amigos. ¡Maldita sea! ¿Cómo iba yo a
pensar que en este lugar alejado podía producirse este encuentro?
Conocidos a los que hacía tanto tiempo que no
veía... y precisamente hoy y aquí.
El impacto de la sorpresa me ha dejado paralizada. Y
ahí estaban ellos, tan cerca de mí, todos formando un bloque, simulando que no
me veían hasta que hemos coincidido en la salida. Esos saludos hipócritas, la gran cordialidad en sus
rostros, ¡tanta puta efusión! He podido ver con claridad cómo me compadecían,
con toda la crueldad del mundo me estaban compadeciendo.
“Claro,
la pobre está pasando una racha tan mala... Además
ha
envejecido bastante ¿eh? Quizá ya lo sepa. ¿Qué?
¡Hombre!...
Pues que Carlos ha iniciado una relación seria con
esa
chica tan guapa... Mirella se llama ¿no?”.....
He llegado a casa. Tengo aquí sobre mi mesa el
manuscrito de mi último libro. Aún no tiene título. Cuando decidí escribirlo
pretendía que en sí mismo representase mi verdad. Pero ¿cómo se sostiene la
verdad? Es posible que exista un punto en el que se agota, continuándose sin
límites visibles dentro de una especie de totalidad que también incluye la
mentira. Cuando me dejó, me abandonaba para
siempre y en lo más profundo de mi alma yo siempre supe que deseaba librarse de
mí. Sin embargo, ambos convinimos aquella separación como algo transitorio, como algo que nos haría bien. Después
de un tiempo, todo volvería a su cauce normal.
Me aferré a esto y el tiempo pasó lento,
indiferente, constante. Mi dolor comenzó a sostenerse por la idea de que podía
prescindir de mí. La soledad se me plantó delante desafiante y provocadora,
advirtiéndome constantemente que así no podía seguir viviendo. Con el alma
vacía le contaba a todo el mundo una y mil veces las circunstancias de nuestra
separación, pero eran tantas las cosas que silenciaba, era tan grande mi afán
por representar los hechos sin dolor, con esperanzas creadas y fundadas... que
yo sola deformé la verdad cayendo en esa estupidez abstracta y falsa que de
alguna manera me facilitaba las cosas.
Hoy he comprendido que mi historia carece de
sentido. Quiero deshacerme de este manuscrito; tengo que destrozarlo porque
nunca lo concebí como lo que debía haber
sido: una tumba donde enterrarlo a él y
a la parte de mí que aún le pertenece.
1 comentario:
QUE ENRIQUECEDOR MANUSCRITO ME GUSTARIA PODER LEER MAS
Publicar un comentario