sábado, 7 de septiembre de 2013

EL ENCUENTRO


Esta página en blanco está perfectamente delimitada. El tamaño es familiar, común, como de andar por casa; los bordes están guillotinados en seco, sin imperfecciones en ninguno de sus cuatro lados. Mis ojos están cerrados, paso las manos lentamente sobre ella y sé que en su textura  hay algo de imaginación y de misterio. Con el paso del tiempo es mi mirada la que ha cambiado. Ahora ya he dejado de buscar folios para tomar apuntes en el instituto o en la facultad, para hacer la lista de la compra, para sumar en las esquinas los gastos del mes. Ni siquiera los utilizo ya para escribir cartas de amor. Ahora busco páginas como ésta, en las que poder enfrentarme al reto de escribir, escribir creando algo de la nada, de esa nada intangible que se planta frente a mí, provocándome y ensombreciendo la luz de esta cotidianidad que me acompaña; esa nada que remueve mis entrañas desafiándome a mirar de otra forma, a mirar para encontrar.
En esta calurosa tarde de julio mi página vacía me está esperando; inmóvil, sumisa y silenciosa aguarda a que mi interior se convulsione enseñándome quién soy, qué hay dentro de mí que se somete diariamente, sin saberlo, a la mecanicidad de mi propia existencia.
Eso que busco pasa desapercibido, imperceptible e inmutable hasta que yo no vuelco mis ojos hacia ese lugar oculto, en una lucha incesante que nunca termina porque es algo más, algo diferente lo que necesito. Quizá el extrañamiento que provoca una sorpresa, el poder de la magia, la fuerza de un secreto, cierto grado de locura, la efectividad de la mentira o los sentimientos inevitables porque siempre están y porque casi todo ocurre alrededor de ellos. Me dejo arrastrar por el piano que suena, procede de la banda sonora original de la última película francesa que he visto. No sé cuánto tiempo ha pasado. Abro los ojos. Ha sido como un sueño tan pacífico y relajado que esta realidad, esta casa, estos muebles que rodean mi vida parecen no existir...


En un lejano lugar, donde las cosas pueden llegar a ser distintas, había una puerta izquierda capaz de transformar a aquel que la cruzara pero con la condición de que el que quisiese entrar, traspasaría para siempre el límite de la Estación Equis; el lugar donde residen los humanos que habitan un mundo todavía con sol. No lo pensé demasiado, necesitaba huir y al atravesar el límite me encontré con una tortuga. Como a las once y cuarto llegué ante una inmensa cascada de agua tras la cual podía adivinarse la silueta imprecisa de una enorme boca que preguntó por qué quería abandonar mi vida anterior, por qué no me había planteado que escogí, sin saberlo, la salida equivocada. No supe qué contestar y retrocedí rápidamente, hasta que de forma insospechada me topé con las puertas de la oscuridad. Mis movimientos torpes de ciego inexperto me condujeron hasta la desesperación, por la escalera eléctrica. Cuando llegué, todo me resultaba familiar. Una luz suave me permitió ubicarme en el nº8 de la Calle Silencio...Aquella mujer en bata tenía los rulos puestos y después de tirar la basura en el contenedor me miró sin sorpresa, como si me conociera de toda la vida e inventó para mí una historia que yo creí haber vivido al cruzar la puerta izquierda; una historia para una página vacía.

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